Canalla es aquel que pone a su perro en el auto y lo deja tirado en el punto más lejano de la carretera y que sin una sola señal de perturbabilidad facial deja escapar sin culpa y casi de reojo una última mirada a su mascota desechable, que paralizada e indefensa, como adivinando lo que viene, suplica clemencia con sus ojos indefensos, que se quedan eternamente inmóviles clavados en el coche que se aleja, que raudamente desparece en la distancia, como raptado por las sombras de la tarde, como tragado por la espesa bruma que moja y congela el pavimento.
Y allí yace, durante largos e interminables minutos el despreciado guardián de ojos indefensos, condenado a deambular sin rumbos sobre suelos desconocidos, donde acechan el hambre, el frío, la carne envenenada, el golpe perverso; donde lo espera ya la muerte, disfrazada de calle basurienta, de rastrojos, de polvo; donde finalmente reposen sus huesos cansados, su vientre vacío, su existencia errabunda, cruelmente olvidada.
Noé Felipe B
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